Charo Toscano
Consultora de Comunicación

El (buen) uso del tiempo del político en la oposición

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Contrariamente a lo que se piensa, el político que está en la oposición tiene mucho trabajo que realizar. Sobre un grupo normalmente reducido de personas recae la responsabilidad de analizar y fiscalizar todo el trabajo del gobierno, realizar propuestas propias y asistir a los actos institucionales y sociales. Y todo ello, sin la ayuda técnica del personal de la institución. Afrontar este exceso no es tarea fácil, pero una buena estrategia y una adecuada planificación hacen que la carga sea más llevadera.

Ciñéndonos a los ayuntamientos, la mayoría de los concejales en la oposición carecen de la cualificación necesaria para analizar normas, ordenanzas y todo tipo de expedientes de una enorme complejidad técnica sobre los que luego han de pronunciarse y generalmente votar en los plenos.

Pero si el trabajo de fiscalización es importante (además de muy duro y poco gratificante) lo que realmente da visibilidad al grupo político en la oposición es la capacidad de llevar los problemas y las aspiraciones de los ciudadanos al ayuntamiento a modo de propuesta. En conectar con la sociedad y saber ver cuáles son sus problemas, y no los que el concejal cree que son, está la habilidad del político. La empatía con el ciudadano le va a proporcionar una relación que a la larga puede dar sus frutos en las urnas.

Si a toda esta ingente tarea del político en la oposición añadimos que la mayoría de esos concejales no están liberados como tales y, por tanto, no pueden abandonar sus trabajos en la vida civil, el tiempo se convierte en un problema. Aun así, el consultor en estrategia política Álvaro Marchante asegura que la oposición tiene una ventaja estratégica sobre los gobiernos: el uso del tiempo. “Al no tener que gobernar, la oposición puede hacer un uso del tiempo más centrado en sus objetivos. Puede dedicarse a los debates en los plenos de los ayuntamientos, cuyo interés para la ciudadanía es nulo; puede aparecer en tertulias mediáticas, que sólo interesan a las personas más politizadas; o puede acercarse a los ciudadanos, face to face, y conversar con ellos, escucharles, saber lo que piensan, bajarse del pedestal político que nada aporta y ser un ciudadano más”.

En el manejo del tiempo está la clave del trabajo de la oposición. Aquel político que tenga en mente convertirse en candidato tiene que trabajar con tiempo, investigar dónde está y cómo es la gente a la que piensa dirigirse, buscar aliados en cada barrio para ir construyendo una red de apoyo a la causa y, sobre todo, escuchar a los ciudadanos. El consejo de Marchante es muy elocuente en este sentido: “Cuando vayas a hablar en público, primero habla con la gente y luego durante tu discurso recoge sus preocupaciones con nombres y apellidos, y siempre sé cercano y accesible”.

Todas las vías de comunicación con los ciudadanos tienen que estar desplegadas y diseñadas mediante un plan que abarque la difusión de contenidos por los canales tradicionales, fundamentalmente los medios de comunicación; la relación directa con los ciudadanos a través de las redes sociales (Facebook, Twitter, Instagram y WhatsApp); y contenidos de marca, como videos, podcast o newsletter. Todo ello debe funcionar de manera bidireccional, es decir, con escucha activa y conversando con los ciudadanos. Sólo así se podrá tener una noción más o menos clara de si se está conectando con la gente o, por el contrario, clamando en el desierto.

Incomunicación política

Un error muy común entre los partidos políticos es plantear la relación gobierno-oposición como un ring de boxeo donde los plenos parecen combates dialécticos cuyo único objetivo es noquear al adversario. Y se trata de un error porque se está dando la espalda a los ciudadanos, hablándoles en un lenguaje incomprensible sobre unos asuntos que no forman parte de sus preocupaciones cotidianas. Estaríamos hablando de incomunicación política.

Y en este modo de actuar, quien más tiene que perder es el partido en la oposición, porque el que gobierna hace uso de la comunicación institucional para dar cuenta a los ciudadanos de su gestión, es decir, aprovecha todos los medios a su alcance para desarrollar el concepto de campaña permanente.

Otra forma de plantear la oposición es el radicalismo como antídoto contra el gobierno, imprimiendo agresividad tanto en la forma como en el fondo del mensaje y elevando la tensión política al máximo. Es entonces cuando los ciudadanos percibimos que existe un clima de crispación.

Expertos como el psicólogo Daniel Eskibel consideran que, lejos de ser una estrategia acertada, ese maximalismo radical beneficia al gobierno porque estrecha el mercado opositor. “Al radicalizarse, la oposición sólo convoca a quienes piensan, sienten y actúan exactamente igual, y pone una barrera respecto a un amplio sector del público”.

Y ese amplio sector existe en todas las sociedades. Es aquel que cuestiona al gobierno en algunos temas importantes, pero no en otros; no soporta vivir en constante tensión política ni se adhiere a políticos crispados; y puede estar en contra de muchas cosas, pero sin llegar a indignarse ni a enojarse.

Ese radicalismo regala electores al gobierno, porque empuja a muchas personas a situarse junto al gobernante a pesar de que pueda tener discrepancias con él. Para conseguir aislar al adversario sin aislarse uno mismo, Eskibel plantea como regla de oro para la oposición “un programa, un estilo, un tono, una acción y un lenguaje que sean incluyentes, que abarque a todos los descontentos y no sólo a los más radicalizados”.

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