El lugar donde se cuecen las campañas electorales

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En esta época dominada por las prisas, la inmediatez y el consumo de información de usar y tirar nos lanzamos a la acción por encima de la planificación. Pero, como casi todo lo que tiene éxito en la vida, también en las campañas políticas tienen que estar planificadas, muy bien planificadas.

Las campañas electorales suponen ese momento en el que en los partidos tocan a rebato y todo se pone en movimiento a una velocidad de vértigo. Pero sin una planificación previa, el día D (la jornada electoral) puede resultar un estrepitoso fracaso con nefastas consecuencias políticas y personales para sus responsables. En política hay un antídoto para el caos y se llama estrategia.

CADA ELECTOR ES DISTINTO. NO TODOS TOMAMOS LA DECISIÓN DEL VOTO EN EL MISMO MOMENTO

Los electores sólo vemos los mítines, las declaraciones a los periodistas, los carteles pegados en las paredes, las banderolas colgando de las farolas y los debates en televisión. Sin duda, todos estos elementos nos indican que estamos en campaña electoral y que, en quince días escasos, tendremos que ir a votar. Pero ¿qué se mueve entre bambalinas cuando un partido político se lo está jugando todo en las urnas?

Un comité de campaña, dirigido por un jefe de campaña, es el encargado de planificar la estrategia y ejecutarla. Porque, por encima de la acción, está la planificación. Un plan que suponga una guía práctica que permita al candidato organizar su campaña y su equipo de trabajo, definir objetivos, estudiar al electorado, construir su imagen, determinar los temas, diseñar los mensajes y elegir los mejores medios para transmitirlos.

En Estados Unidos nace el concepto de war room o cuarto de guerra, el lugar de reunión ideado para superar la rigidez de los partidos políticos, y donde se analiza la realidad de la campaña y se toman decisiones tácticas en medio de un contexto cambiante que exige grandes dosis de agilidad. Originariamente el término está asociado a actividades militares, pero aplicado a la política es como un puesto de mando donde se elaboran las estrategias y se acuerda la táctica en una campaña electoral. El consultor político Maximiliano Aguilar afirma que investigación, estrategia y acción forman el triángulo virtuoso de las campañas electorales modernas, y el cuarto de guerra es el lugar donde confluyen los tres vértices.

Estas tres patas están determinadas por dos factores que no se pueden perder de vista en una campaña electoral: los tiempos de la campaña y los tipos de electores. Ambos influyen de manera decisiva tanto en la estrategia que va a desarrollar el partido político para conseguir sus objetivos como en las acciones que harán posible llegar a buen puerto.

Cada persona es única, y cada elector es distinto. No todos tomamos la decisión del voto en el mismo momento. Aquellos más participativos e interesados en la política tendrán claro a quién votar desde el mismo día en que se convocan las elecciones, mientras que los menos atentos irán retrasando el momento de optar por una papeleta u otra. Y para complicarlo aún más, el producto político que ofrece el partido no es el que determina ni la elección del voto ni el momento de la decisión. La actuación en un debate televisivo, un buen eslogan o un candidato que de pronto cae simpático puede ser determinante para ese 15% de electores que se calcula toman su decisión en los últimos segundos. Son los codiciados indecisos.

Predecir cuándo los electores toman la decisión es de suma importancia para un partido político, y de hecho va a condicionar resultado de la contienda. Las campañas eficaces son aquellas en las que se hacen coincidir los mensajes con los tiempos en que cada tipo de votante toma su decisión.

Manuel A. Alonso y Ángel Adell distinguen tres fases en relación con los votantes. En la fase de inicio deciden los votantes más interesados, entre los que se encuentran los militantes y su entorno; los contenidos son más programáticos y racionales. En la fase media se moviliza a simpatizantes y personas menos implicadas políticamente pero bien informadas; los contenidos son también racionales aunque más persuasivos al objeto de seducir al electorado. En la fase final se intenta movilizar a desinteresados, poco informados y gente joven a la que le cuesta movilizarse; los contenidos son más emotivos y menos políticos, personalizando la comunicación en torno al candidato.

Además de las fases de la campaña, los partidos deben definir sus grupos objetivos a quienes dirigir correctamente sus mensajes para optimizar esfuerzos. Una división muy extendida es la del voto duro (militantes que siempre votan al partido), voto blando (inclinados a votar a un partido pero pueden cambiar a última hora si las cosas salen mal durante la campaña), voto posible (son los indecisos, el grupo al que todos los partidos quieren conquistar tocando sus fibras sensibles), voto difícil (inclinados a votar por el adversario pero con una excelente estrategia en algunos casos pueden cambiar su voto), voto imposible (jamás votarán a un partido; localizarlos permite no derrochar tiempo).

El cruce de modelos permite a los partidos saber dónde el adversario puede quitarle votos y dónde puede arrebatárselos al contrario. Un partido político debe olvidarse de los votos imposibles, consolidar los votos duros y convertirlos en agentes evangelizadores para que propaguen su mensaje, fortalecer los votos blandos para convertirlos en duros y atraer los votos posibles para convertirlos en blandos.

En el actual escenario electoral, dominado por la volatilidad del voto y un alto grado de competitividad, los llamados decididos indecisos se han convertido en el objeto del deseo de todos los partidos políticos, sin excepción.

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