¿Es obligatorio ganar el debate electoral?

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La repetición electoral ha dado lugar a una campaña inédita de 8 días para que los partidos ahorren en gastos electorales. Y puestos a ahorrar, también se aminoran los actos y los debates electorales. Mañana se celebra el único combate de los líderes políticos. Y como ya no basta con ganar el debate en la tele, los equipos trabajan a toda máquina para que su candidato sea el vencedor en las redes sociales. Ninguna de estas victorias son garantías de conquistar la campaña electoral, el único triunfo que al final importa.

Pedro Sánchez tuvo que tragar en abril con dos debates seguidos en el que además estaba ausente el enemigo que estratégicamente más le convenía, Vox. En esta ocasión se ha salido con la suya y el único debate tiene lugar mañana lunes, justo el día antes de que se publiquen los datos del paro, y que no haya otras confrontaciones, como los cara a cara propuestos desde la oposición. Mañana Vox sí estará sentado a la mesa (o más bien dispuesto en su atril) y el ausente será el candidato de Más País, Íñigo Errejón.

Un debate electoral es, ante todo, un espectáculo de televisión, aunque cuando las luces se apagan, la contienda continúa en las redes sociales. Ahí se libra otra batalla por la victoria, un esfuerzo que podría resultar baldío en tanto que los expertos afirman que apenas modifican el voto y sólo contribuyen a reforzar las tendencias políticas de la audiencia.

Y como espectáculo televisivo que es, los telespectadores no sólo están viendo a candidatos; también están observando la interpretación de unos personajes. Por tanto, influya o no, un debate electoral es siempre una interesante oportunidad de comprobar las estrategias y los roles que adoptan los diferentes candidatos, y de cómo en cuestión de horas, tal como ocurrió el pasado abril, pueden interpretar distintos papeles, ya sea para corregir un error o porque un exceso de confianza les lleva a sobreactuar más de la cuenta.

En las elecciones de abril, al PSOE se le atragantó la última semana de campaña con los dos debates. En la primera cita, Sánchez salió a no perder el debate, con intervenciones propositivas y sin entrar al trapo, y acertó. Sin embargo, en el segundo debate vimos a un candidato venido arriba pero sin control de la situación. Perdió los nervios con Rivera y arruinó la imagen de ganador que había conseguido tan solo unas horas antes.

Igual le ocurrió al candidato Rivera. Crecido por quienes le jaleaban por su tono incisivo y valiente, terminó mostrando su lado más bronco y faltón que tanto desagrada a la vista. Pablo Casado se mostró como el anticipo del líder moderado que renació a la velocidad de la luz tras el batacazo electoral. Y el que más sorprendió fue un Pablo Iglesias propositivo y presidencialista al que no le rozó ni una sola bala del fuego cruzado.

Tendremos que esperar a mañana por la noche para analizar e incluso diseccionar la actuación de cada uno de los candidatos y ver qué ha quedado de la versión que de ellos mismos nos mostraron en el mes de abril.

Intensa preparación

Pase lo que pase mañana, se hablará y se escribirá mucho, porque desde los encuentros entre Kennedy y Nixon en 1960, los debates electorales son los acontecimientos de campaña con más audiencia y que más información producen. Para los candidatos es una de las pruebas más duras porque, si bien es una excelente oportunidad de mostrar liderazgo y fortaleza, también es un terreno propicio para los errores y pueden incluso desencadenar giros inesperados a sólo varios días de celebrarse las elecciones.

Al tratarse de uno de los hitos de la campaña, como la presentación del candidato o lanzamiento del lema, los equipos trabajan hace meses antes en la preparación y el diseño estratégico del debate. No cabe la improvisación.

Las estrategias son las mismas, ya estén en la oposición o en el gobierno: defender las ideas propias y atacar al oponente. Sin embargo, no a todos los candidatos les interesa de la misma manera participar en un debate. El candidato favorito es el que más tiene que perder y, por tanto, el que menos desea un choque a tan sólo unos días de las elecciones. Sale al ring con el objetivo de mantenerse vivo el resto de la campaña. Gana no perdiendo o empatando, y por eso debiera plantear una estrategia defensiva. El que está obligado a ganar es el candidato que desafía al líder, y por tanto tendrá que desarrollar una estrategia ofensiva para desplazarlo.

La actuación de los candidatos es determinante: qué dicen, cómo se comportan, cómo se defienden de los ataques y plantean los suyos propios… cada gesto es examinado por los espectadores y por los analistas políticos, de ahí que la preparación sea un factor clave.

Mantener la calma

Sea cual sea la estrategia planteada, la calma es uno de los principales aliados, una serenidad que debe dejarse entrever en los discursos, pero también en la postura, las miradas y en todo el lenguaje no verbal. Algunos candidatos piensan que la agresividad consigue votos cuando en realidad sólo atrae a quienes ya tiene conquistados.

El consultor especializado en psicología política, Daniel Eskibel, afirma que una persona enojada normalmente despierta en los demás enojo o miedo. Vemos constantemente a políticos irritados creyendo que van a despertar ecos favorables en el público. El líder que actúa así se equivoca, en opinión de Eskibel, porque “está levantando una barrera psicológica entre él y la gente, aún cuando tenga razones válidas para estar enojado. Lo que va a quedar en el cerebro de quien lo escucha no son sus razones, sino su enojo”.

Todos los medios de comunicación darán mañana su sentencia acerca del vencedor. Algunos dormirán tranquilos sabiéndose ganador, según el veredicto de los medios, aunque la verdadera victoria no es la que otorgan los periodistas, los militantes de los partidos o los community manager, sino los ciudadanos, una opinión que muchas veces no interesa conocer.

El debate es un punto caliente de la campaña; importa no cometer errores, pero no es el debate lo que debe que ganar el candidato, sino el conjunto de la campaña electoral.

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