Charo Toscano
Consultora de Comunicación

Grassroots o ejércitos de voluntarios en campaña

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La enésima discrepancia entre los socios de gobierno ha sido sonada. Las afirmaciones de Pablo Iglesias sobre la falta de calidad democrática en nuestro país podrían deberse a una estrategia para pescar votos en las pasadas elecciones catalanas. O también responder a la necesidad de los morados de reconectar con un sector que ahora considera a este partido parte de un sistema al que con tanto entusiasmo criticaban.

Podemos no es en este sentido un caso aislado. La desilusión es la otra cara de los movimientos sociales. En el caso de la política, estos movimientos están compuestos por ciudadanos que deciden apoyar y tratar de que otros apoyen a un partido y sus causas. Es lo que se conoce como grassroots organizing, o lo que es lo mismo, organización de activistas en las campañas electorales.

La idea es simple. En inglés, grass significa hierba y roots, raíces. Una sola brizna de hierva por sí misma no significa nada, pero con una gran cantidad de ellas podemos tener un gran césped.

Los grassroots son una práctica frecuentemente en el mundo anglosajón y están adquiriendo consistencia a nuestro alrededor en los últimos años a través de campañas políticas o de ONGs. En las campañas de Obama (2008 y 2012) se sitúa el origen del grassroots tal como lo conocemos ahora, pero los movimientos sociales no son algo nuevo. Y mucho menos cuando se trata de política.

En 1796, John Beckley fue el primer director de campaña en las primeras elecciones competitivas de Estados Unidos que enfrentó a Thomas Jefferson y a John Adams. Las distancias geográficas y el escaso desarrollo de los medios de comunicación dificultaban la presencia de los candidatos, así que Beckley pidió ayuda a destacados ciudadanos para que hablaran en nombre de Jefferson. Para ello, escribió y distribuyó panfletos con lo que debían contar. Finalmente, Jefferson perdió esta elección contra Adams, pero supone un atisbo del funcionamiento de los movimientos sociales en política.

Posteriormente, Martin Van Buran, director de campaña de Andrew Jackson (1828) desarrolló la técnica conocida como The ground game, que consiste en la movilización de votantes a través de redes de ciudadanos activistas. Circunstancias sociopolíticas posteriores y, fundamentalmente el nacimiento de la televisión, desinflaron las campañas de base. Y es en 2004, durante las primarias presidenciales del Partido Demócrata del gobernador Howard Dean, cuando retornan las redes sociales para organizar activistas, organizando la presencia de grassroots en los cincuenta estados y sentando las bases para la futura campaña de Obama.

De ambas elecciones se han realizado cientos de análisis científicos y profesionales, señalando como fundamentales aportaciones las redes sociales (2008) y el big data (2012). Sin embargo, la profesora Alana Moreci opina que el principal elemento fue “el candidato y su imagen de líder de un movimiento social”, contando en todo momento con un “ejército de activistas” que desarrollaron una estrategia sencilla: animar a los votantes que ya simpatizaban con el candidato y que por alguna razón no iba a acudir a las urnas.

Puerta a puerta

Tal como los conocemos hoy, los grassroots son el cuerpo de voluntarios que en las campañas realizan diferentes funciones, desde los tradicionales puerta a puerta, llamadas telefónicas o reuniones informales (en grupo o con una sola persona), entre otros, para dar a conocer las ideas, valores y propuestas asociados a una candidatura y lograr la movilización.

“Lo que queremos es que la gente converse porque, en un momento en que cada día se desconfía más de los gobiernos, la gran apuesta es que la confianza se recupere a través de los ciudadanos”, según la opinión del profesor Ricardo Castillo en el podcast de comunicación, liderazgo y oratoria Tú también comunicas dirigido por el experto Juan Vizuete.

Para que los grassroots funcionen, los partidos deben tener un catálogo de acciones que puedan desarrollar los voluntarios con diferente grado de intensidad en función del interés y del tiempo del que dispongan. Lo fundamental es que los voluntarios reciban formación, mensajes, argumentos y herramientas necesarios para que puedan mantener las conversaciones y que no se desperdicie ese caudal de energía.

El objetivo es que los voluntarios vayan construyendo relaciones de intimidad con los ciudadanos, hablando de ellos mismos, de sus problemas más cercanos y las posibles soluciones. No se trata, pues, de un único encuentro, sino de un diálogo encaminado a la construcción de una relación, un vínculo. Es aquí cuando la comunicación política cobra todo su sentido.

Porque estos espacios de participación sirven para hablar y, sobre todo, para escuchar. “El big data está muy bien, es muy útil -afirma Castillo- pero en las campañas se tiene que escuchar directamente qué está pasando en los barrios”. Posteriormente, con esa información que reportan los voluntarios, se prepara material de campaña y se aportan soluciones. Escuchando directamente a los ciudadanos se pueden segmentar mensajes y persuadir. “La mejor manera de persuadir es hablarle a la gente de aquello que le importa”.

El 15M es el ejemplo más potente de activismo en España. De aquel espíritu nació Podemos, a quien le está costando mantener viva la esperanza en sus simpatizantes y seguidores. Según Ricardo Castillo, “Podemos arrancó bien con los círculos y con la promesa de que la gente iba a ser protagonista de la acción política. Luego, por diferentes razones, esa promesa se ha cortado en el camino e Iglesias parece parte del sistema. Mucha gente lo ha abandonado porque no ha logrado mantener la excitación de las bases”.

La movilización en los partidos es prioritaria para ganar las elecciones, e importancia de los voluntarios es su capacidad de animar a su entorno a votar. De hecho, investigaciones estadounidenses han mostrado que las decisiones políticas y electorales de las personas vienen determinadas por su esfera de influencia. En palabras de Alana Moreci, “no todas las campañas tienen un candidato como Obama, por ello es obligado preparar a los partidos para desarrollar y mantener una organización potente de activistas. Aunque falta el glamour de televisión y las redes sociales, es la inversión más rentable que puede hacerse en una campaña”.

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