Charo Toscano
Consultora de Comunicación

La política ¿víctima o factoría del odio?

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En enero de 2019, el alcalde de la ciudad polaca GdanskPawel Adamowicz, fue apuñalado hasta la muerte en un acto benéfico por un exconvicto que lo hacía responsable de haber sido encarcelado y torturado. Este suceso retrasó el estreno en los cines de la película Hater para no seguir hurgando en la herida. Porque Hater, la película más vista en Netflix durante 2020, fue capaz de predecir un asesinato político y plantea una interesante reflexión sobre la cultura del odio.

La trama de Hater se desarrolla en una Polonia actual, a tres meses de las elecciones municipales. Pavel Rudniki, moderado, europeísta, a favor de los derechos LGTB y de acoger a personas refugiadas, es el joven candidato del partido Unión por el Futuro, y se enfrenta a Maciej Szozda, del partido Dignidad y Solidaridad, cuyo discurso se centra en el ataque al multiculturalismo, a la inmigración y en la defensa de la familia tradicional.

La película muestra los problemas del momento y las dos ideas de entender un país mediante un argumento que aborda un tema tan de actualidad como la mercantilización del odio en redes sociales. A través de su protagonista, el joven Tomasz Giemza expulsado de la Facultad de Derecho, vemos cómo la obsesión y el resentimiento afloran en forma de odio por la red, amparado en el anonimato. Con esta película, su director, Jan Komasa, reflexiona sobre el hecho que algunos partidos no dudan en difundir mentiras que generan descontento y violencia para poder beneficiarse de la crispación social.

Aunque la red no ha inventado nada, y este fenómeno lo hemos visto a lo largo de la historia, Hater saca a la luz lo que está ocurriendo en el mundo digital real, donde abundan el odio y la falsedad. En la actualidad, 390 millones de cuentas de Facebook son ficticias, es decir, 1 de cada 5 es fake (falsa) o pertenece a un troll y, por tanto, suele ser agresiva o cuanto menos problemática.

Basta un paseo por las redes sociales para comprobar cómo abundan en el ecosistema digital los denominados haters y, de hecho, muchas personas lo único que hacen es mandar odio, ya sea mediante insultos, críticas o quejas.

La palabra hater es un sustantivo del inglés y se puede traducir como odiador (persona que odia) o como envidioso. Su ámbito son las redes sociales, Facebook y Twitter fundamentalmente, aunque también se pueden encontrar en blogs, salas de chat o foros de discusión.

Suelen pronunciarse sobre temas de actualidad, no necesariamente política. Para ellos, cualquier motivo es bueno para odiar, ya sea simpatía o militancia política, credo religioso o lugar de origen. Porque, fundamentalmente, a los odiadores les gusta llevar la contraria, atacar a los otros, ser provocadores y políticamente incorrectos. Y para ello, suelen utilizar grandes dosis de ingenio.

El experto en contenidos digitales, Fabián Coelho, establece una clara diferencia entre dos personalidades del mundo de internet: troll y hater. El troll publica comentarios provocadores e irrelevantes con la finalidad de hacer enfadar y provocar en el resto de la comunidad reacciones viscerales. Busca la ofensa personal y alterar la línea de la conversación o discusión, y lo hace generalmente por diversión.

Por su parte, el hater es fundamentalmente hostil, muy crítico y negativo, pero pretende aportar nuevos puntos de vista (desagradables, en ocasiones) a temas de interés general. Se vale principalmente de la burla y la ironía y, aunque pueda resultar ofensivo, procura, sobre todo, ser ingenioso.

Pero ¿por qué existen los hater? ¿cuál es la razón para que alguien ataque públicamente lo que la mayoría de la sociedad ama? El tráfico en internet puede ser una causa, ya que las opiniones contrarias a una creencia popular son las que más llaman la atención. También la polarización grupal, es decir, la tendencia que tiene un grupo a tomar decisiones que son más extremas que la inclinación inicial de sus miembros. Y, como vemos a diario, el ecosistema digital fomenta la polarización. Otros análisis aluden, incluso, a la rebeldía y la dominancia.

Odio al microondas

Un estudio realizado por los investigadores Justin Hepler y Dolores Albarracín, publicado por la revista Journal of Personality and Social Psychology, ha mostrado que a los haters les importa muy poco el objeto de sus críticas y más bien lo que sienten es rabia interior. En su experimento reclutaron a personas razonables y a odiadores de línea dura para pedirles opinión sobre un nuevo modelo de microondas, y pudieron demostrar cómo este segundo grupo era más propenso a pronunciamientos negativos sobre el electrodoméstico.

Las redes sociales, qué duda cabe, actúan de potenciador de un fenómeno que no es nuevo. De un lado, los haters son seguidos por otros haters, creándose en efecto bola de nieve. Además, el anonimato y la distancia sobre la persona agredida fomenta la falta de empatía y de culpa.

Hay que tener un enemigo, aunque sea un indefenso microondas, a quien echarle la culpa de lo que pasa. Éste es el principio en el que se han basado todos los gobiernos dictadores y reyes. Pero cuando la política y el discurso del odio se fusionan, el drama está asegurado. Basta con echar una mirada al siglo XX.

Líderes mundiales incluyen hoy el odio en sus discursos e ideas, y construyen sus liderazgos haciendo del odio su emblema. TrumpBolsonaroOrbánSalvini y otros han conformado un marco de ideas que aglutina teorías conspiranoicas, superioridad racial, negación de la ciencia e individualismo en grado sumo, creando un espacio político que busca como fin último desprestigiar la política y deslegitimar la democracia.

El profesor de sociología de la Universidad de Málaga, Francisco Collado, remarca que el odio es una herramienta política que ya Maquiavelo consideraba en El Príncipe poco óptima para el rendimiento político y poco beneficiosa para la gobernanza. Sin embargo, tantos políticos apelan al discurso del odio porque, en su opinión, el odio y el terror “son instrumentos al servicio de intereses políticos y hacen fortuna en tiempos como éste, de fracturas sociales y en el que la capacidad de los populismos para influir en el electorado es notoria”.

Por desgracia, ignorar el odio no lo elimina, porque una de sus características es la persistencia. Ya nos lo decía Isidoro de Sevilla: “el odio no se quita con el tormento, ni se expía por el martirio, ni se borra con la sangre derramada».

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