Los políticos también lloran

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De la risa al llanto sólo hay una delgada línea, y en política casi siempre es aquella que separa la actividad en la vida pública de la vuelta a la realidad. Los políticos lloran muchas veces en público, sobre todo cuando anuncian su marcha, y la pregunta que cabría hacerse es de qué manera afecta la manifestación de ese sentimiento sobre el electorado.

Todos los seres humanos y sólo los seres humanos lloramos (Tom Lutz). También los políticos. Albert Rivera a penas sí pudo contener las lágrimas cuando anunció su marcha tras el fracaso de Ciudadanos en las elecciones del 10N. Pocos pueden dudar de la autenticidad de ese sentimiento porque es fácil ponerse en la piel de la persona que asume la responsabilidad de la derrota y pone fin a su vida política. Sin embargo, no siempre está tan claro. Las pasadas elecciones argentinas han mostrado unas escenas inauditas en un país acostumbrado a líderes aguerridos. Mauricio Macri, Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Roberto Lavagna demostraron sus sentimientos en público, abriendo el debate de si se trataba de lágrimas auténticas o pura estrategia electoral.

Llorar alivia el alma porque lo doloroso duele aún más cuando lo mantenemos encerrado, según afirma Tom Lutz en El llanto. Historia cultural de las lágrimas. El escritor sostiene en este ensayo que los miembros del denominado grupo de los ´ojos secos´ suelen sentir un cierto desprecio respecto de derramar lágrimas y juzgan a quienes lo hacen de sensibleros, histéricos, manipuladores o emocionalmente trastornados.

El llanto como estrategia electoral

En política, mostrar el lado sensible también puede encontrar limitaciones cuando se trata de una persona que está dirigiendo, o pretende hacerlo, el destino de una comunidad. Pero el debate no es tanto si llorar es perjudicial o no para los intereses electorales como que las lágrimas sean auténticas y no una suerte de estrategia para mejorar resultados en las urnas. Estaríamos en este caso ante un llanto manipulador con el que conseguir unos objetivos mediante el uso de la pena fingida. Normalmente, cuando la emoción es auténtica el impacto es positivo, mientras que si es fingida, lo más probable es que la reacción sea negativa.

En España hemos visto llorar a muchos políticos. Pedro Sánchez no pudo contener las lágrimas cuando anunció que abandonaba su acta de diputado; tampoco Miguel Ángel Moratinos al entregar la cartera del Ministerio de Exteriores a Trinidad Jiménez o Patxi López en un acto de homenaje a las víctimas del terrorismo siendo lendakari. Esperanza Aguirre, María Dolores de Cospedal o Alberto Ruiz Gallardón también son de lágrima fácil. Pero el llanto no conoce fronteras. Bill Clinton y su entonces vicepresidente Al Gore solían llorar, y el que fuera primer ministro de la antigua URSS durante el mandato de Gorbachov, Nicolai Ryzhkov, le apodaron ‘el bolchevique lloroso’ cuando lloró ante los periodistas en su visita a Armenia tras el devastador terremoto de 1988.

La autenticidad es la clave. Lágrimas sinceras o lágrimas fingidas. En el primer caso es el reflejo de una emoción, mientras que en el segundo no es más que una táctica de engaño. En opinión del experto en psicología política, Daniel Eskibel, cuando el llanto es real es posible que una parte del electorado sienta la misma emoción y se contagie de persona a persona, aunque también puede pasar que algunos puedan verlo como una señal de debilidad.

Este sentimiento podría haber causado en Arturo Pérez-Reverte las lágrimas de Miguel Ángel Moratinos en su despedida del ministerio. Pérez-Reverte publicó un tuit en el que afirmaba que “había que venir llorado de casa” y cuestionado por varios internautas acerca de las lágrimas de Iker Casillas al ganar el mundial de fútbol, el escritor lo tuvo claro: “comparar el llanto de un político cesado con el de Iker Casillas es insultar a Iker Casillas”.

Control de sí mismo

Para la tan de moda idoneidad de empatizar con los votantes, las emociones van ganando terreno a la razón y a la frialdad de los datos. En ese sentido, hay necesidad de generar y transmitir emociones en campaña electoral, y el llanto puede convertirse en ese conector. Pero como todo en política, en las dosis adecuadas, porque su exceso puede mostrar al candidato con falta de liderazgo e inadecuado para el cargo. Para la experta imagen y comunicación política, Daniela Aruj, “la gente quiere políticos empáticos que tengan la capacidad de entender la situación por la que está pasando, pero que también pueda mejorarle las condiciones de vida”.

“Si el llanto se percibe auténtico y es esporádico, tiene todo de bueno. Es pura empatía. Si es cotidiano, quizás no tanto. No demuestra al candidato con pleno control de la situación ni de sí mismo”, en opinión del experto en comunicación política Mario Riorda.

Algunos candidatos van buscando golpes de efecto en campaña para llamar la atención del electorado, y el llanto puede ser uno de ellos. Sin embargo, los fuegos artificiales como táctica electoral no terminan de dar resultados, puesto que una campaña electoral consiste en un planteamiento estratégico con sólidas raíces. En este sentido Eskibel reseña que “lo que rinde es una estrategia bien diseñada, una buena investigación previa a la campaña, una comunicación política bien hecha, lo sembrado en años anteriores y la política pensada a mediano y largo plazo”. La superficialidad y la simulación no sólo no rinden -asegura- sino que son meros castillos en el aire”.

Lo ideal es que la comunicación política esté alineada con la personalidad del candidato, una personalidad que se debe mostrar estable y con capacidad para controlar impulsos y emociones. Y si entretanto se cuela un llanto sincero, no hay que dramatizar, sino más bien recordar el Evangelio de Lucas: “Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis”.

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