Hemos vivido una de las campañas electorales más apasionantes y abiertas de la democracia española. Termina esta noche con el escrutinio y, sin embargo, continúa mañana lunes. Primero, porque hará falta acuerdos para gobernar y los partidos están condenados a entenderse. Y, en segundo lugar, porque éstas son unas elecciones de dos vueltas, que tiene su segunda parte el próximo 26 de mayo. A estas incógnitas se añade también la incertidumbre de cómo afectará a la participación la coincidencia con la Semana Santa, otra de las novedades de esta singular convocatoria electoral.
Esta campaña ha sido distinta a otras conocidas, porque diferentes han sido las circunstancias. La fragmentación del voto en cinco partidos así como la polarización de la opinión pública ponen en serios aprietos a las empresas de sondeos para predecir unos resultados más o menos fiables. Ahora los electores son más impredecibles y el porcentaje de indecisos es elevado. De hecho, se calcula que un 4 por ciento de los electores decidirán hoy mismo su voto, y cualquier meme, video, imagen o mensaje de última hora puede influir en la elección de la papeleta.
Militares, periodistas y toreros
Sea cual sea el resultado, en el próximo Congreso de los Diputados veremos muchas caras nuevas. El 80 por ciento de las listas han sido renovadas por candidatos más jóvenes, muchos de los cuales no proceden de la política. Vox ha optado por militares para vender los valores del ejército y reforzar la idea de la defensa de España.
El PP ha fichado caras conocidas y más independientes que nunca, lo que ha causado malestar en el partido. A la marquesa y periodista Cayetana Álvarez de Toledo, se suman a las filas populares los también periodistas Pablo Montesinos y la polémica Edurne Uriarte, el pastor evangélico Juan José Cortés o los toreros Miguel Abellán y Salvador Vega para contrarrestar la encendida defensa del mundo del toro por parte de Vox.
Ciudadanos presenta al abogado del Estado Edmundo Bal, que fue apartado de la causa del procés por perder la confianza del Gobierno, y al exvicepresidente de Coca Cola, Marcos de Quinto. Este empresario heterodoxo y tuitero frenético es uno de los pocos casos en el que un alto ejecutivo da el salto a la política sin tener garantizado un puesto de gobierno.
Podemos ha profundizado su estrategia de las cloacas del estado llevando en sus listas a la jueza Victoria Rosell, quien se vio envuelta en un proceso por corrupción que fue archivado y que la dejó fuera del Congreso conformado en 2016.
Por último el PSOE no presenta grandes novedades, ya que se adelantó al factor sorpresa cuando eligió para conformar su gobierno a un astronauta, un juez y una fiscal. Todos ellos repiten en las listas y serán diputados en el nuevo Parlamento.
Emoción más que razón
Los mensajes políticos son mensajes emocionales y por si alguien aún tuviera dudas, en esta campaña se ha puesto de manifiesto cómo las emociones y los sentimientos se anteponen a la razón. Si hace unos años la indignación movilizó a los electores, ahora el miedo es el acelerador del voto. Miedo al independentismo, a los inmigrantes, al fin de la prisión permanente revisable, a que asalten nuestras casas, a los que quieren romper España…
En este ambiente en el que los líderes políticos se observan de reojo y se han lanzado a una competición para extremar sus mensajes, se ha colado un invitado: Eta. La elevación del tono sobre el supuesto poder etarra dentro del gobierno ha subido varios decibelios el discurso, llegando a tapar incluso las propuestas electorales de quienes han formulado tan graves acusaciones.
La crispación nos ha dejado también lamentables incidentes e intentos de boicot de mítines y actos electorales como los sucedidos a Ciudadanos en Rentería y Vic, a Vox en Bilbao y San Sebastián y al PP en Barcelona.
La crítica, además de feroz, ha sido imaginativa. El PP abrió en la calle Ferraz un agencia de viajes para reprochar la afición a los viajes de Pedro Sánchez; Podemos proyectó los papeles de Bárcenas en la fachada de un edificio de la Plaza Mayor y Ciudadanos desplegó una lona de grandes dimensiones en un céntrico inmueble de Madrid que reproducía una supuesta conversación por Whatsapp del consejo de Ministros, en un gabinete en el que, además de Pedro Sánchez, se sientan Pablo Iglesias, Puigdemont, Torra, Otegui y Rufián.
Como toda campaña, tampoco ésta ha estado exenta de polémica. Los debates, tanto si se celebran como si no, son un clásico en las informaciones de campaña, y en esta ocasión el enredo ha sido tal que el asunto iba camino de convertirse en sainete electoral. En el metadebate se ha llegado a plantear incluso que sean obligatorios por ley.
Durante la campaña, no todos los candidatos han tenido el mismo comportamiento. Mientras Santiago Abascal se ha negado a hacer entrevistas, Pablo Casado ha corrido el riesgo de sobreexposición. Ha sido el único que ha visitado todas las provincias, y varias veces, mientras que al resto a penas si se les ha dejado ver en la llamada España despoblada. Madrid, Comunidad Valenciana, Cataluña y Andalucía han sido los territorios más visitados por los líderes, que sin embargo se han ausentado de provincias como Soria, Teruel, Segovia, Palencia, Zamora, Cuenca, Huesca o Guadalajara.
Otro clásico: los insultos. Traidor, felón, incompetente, mediocre, ridículo, irresponsable, incapaz, ególatra, desleal, mentiroso compulsivo, chovinista, caricato… Ha sido tan amplia la nómina de ofensas como manidos y vulgares los calificativos empleados. Para Alex Grijelmo, responsable de estilo de El País, los políticos en esta campaña “insultan sin imaginación y sin conocer el significado” y recuerda cuando Alfonso Guerra llamó a Adolfo Suarez “tahúr del Mississipi” o Aznar “pedigüeño” a Felipe González. Insultar no es bueno, pero puestos a insultar, Grijelmo recomienda “tener más imaginación y emplear la metáfora”.










