Hasta el siglo XIX se desalentó a las mujeres a tocar el violoncello porque requiere una postura supuestamente poco femenina. Tampoco estaba bien visto que tocaran instrumentos que pudieran distorsionar sus rasgos faciales (flautas y cuernos) o aquellos de viento metal asociados a bandas militares e industriales, de cuyos mundos estaban explícitamente excluidas. Las orquestas son aún hoy sexistas. En instrumentos como contrabajo, timbales, trompetas, trombón y tuba los hombres están representados de manera desproporcionada, mientras que las intérpretes sólo rozan la paridad en la sección de cuerda, violín especialmente, y son abrumadoramente mayoritarias en el arpa.
En lugar de un techo de cristal, las mujeres intérpretes se encuentran con el llamado muro de sonido que igualmente impide el avance en la igualdad de género. La solución propuesta desde diversos ámbitos pasa por audiciones a ciegas, ocultando el sexo del candidato para aumentar la posibilidad de que las mujeres sean seleccionadas.
Igual que las orquestas, la política también es aún sexista en términos de género. Si José Luis Rodríguez Zapatero ha pasado a la historia por crear el primer gobierno paritario, Pedro Sánchez hará lo propio por configurar el primer “consejo de ministras y ministros”, con mayoría de mujeres. Pero el avance que supuso la ley para la igualdad efectiva de hombres y mujeres 3/2007 al incorporar cuotas de género en la confección de listas electorales no ha evitado, sin embargo, que los puestos de salida sigan copados mayoritariamente por hombres al no establecerse mecanismos como las listas cremallera.
Sólo tres de las diecisiete comunidades autónomas españolas están presididas por mujeres, y ejemplos similares tenemos en todo el mundo. En la foto del todopoderoso G20 sólo aparecen dos mujeres, la canciller alemana Angela Merkel y la primera ministra del Reino Unido Theresa May. De George Washington (1789-1797) a Donald Trump (2017) ninguno de los 55 presidentes de Estados Unidos ha sido una mujer. Y, sin ir más lejos, la ciudad de Huelva no ha tenido nunca una alcaldesa. Suma y sigue.
La infrarrepresentación de las mujeres en puestos de responsabilidad pública alienta la desigualdad de género y, teniendo en cuenta de que las mujeres suponen la mitad de la población mundial, su insuficiente participación en estos niveles la convierte en una de las mayores minorías del planeta.
La presencia de las mujeres en política ha crecido notablemente tanto en los sistemas democráticos como en los no democráticos, si bien es una constante en todos los países que ellas recalen en mayor medida en espacios deliberativos (parlamentos, asambleas, comisiones…) mientras que los puestos ejecutivos continúen siendo reservados a los hombres.
Cabe preguntarse si la feminización de la política se limita sólo a un aspecto cuantitativo, y se lograría incrementando la presencia de mujeres en los primeros niveles de representación. No parece que ese sea el camino.
EN POLÍTICA LOS PUESTOS EJECUTIVOS CONTINÚAN SIENDO RESERVADOS PARA LOS HOMBRES
Sobre la existencia de un liderazgo político femenino diferente al masculino, los investigadores no alcanzan un acuerdo, entre otras razones porque la mayor parte de los estudios realizados sobre la materia tienen un carácter cuantitativo y se limitan al acceso de las mujeres a las instituciones públicas. Además, la tardía incorporación de la mujer al ámbito político tampoco ayuda a arrojar luz sobre este asunto y, de hecho, existen dos posturas teóricas: quienes consideran que el género condiciona la manera de ejercer el liderazgo y quienes creen que las diferencias se deben a la cultura de las organizaciones.
Las transformaciones de los últimos años imponen un nuevo liderazgo menos vertical y más horizontal, con líderes integradores frente al modelo típicamente masculino basado en la jerarquía y la orden. Este nuevo estilo de liderazgo con rasgos más amables se ha dado en llamar liderazgo femenino aunque, de nuevo según los teóricos, no deja de ser un estereotipo más.
Sí se puede destacar en este punto los casos de mujeres líderes que han heredado sus puestos y su carisma. Sin que ello suponga que carecen de méritos, probablemente las circunstancias hubieran sido muy distintas de no pertenecer a esas familias. Indira Gandhi, Benazir Butto, Marine Le Pen, Hillary Clinton o Cristina Fernández son ejemplos de ello, mientras que Angela Mérkel, Dilma Roussef o Michelle Bachelet han triunfado por sus propios medios.
Existen también casos retorcidos, como el de Sarah Palin, en el que se fabrica una líder por pura conveniencia electoral, sin tener en consideración su valía política y su contribución al proyecto, afectando muy negativamente a la presencia femenina en puestos de poder. Muy recomendable la película Game Change (2012) dirigida por Jay Roach.
Feminizar la política no consiste en que las mujeres ocupen puestos de visibilidad en las organizaciones, ni que tengan que reproducir los roles considerados femeninos para hacer política, ni si quiera que tengan que atender los “problemas de las mujeres”. Feminizar la política es que se propicie la diversidad y se atiendan las cuestiones universales en los partidos políticos y en las instituciones.
La consultora Inma Aguilar afirma que en política se tiende a dar a las mujeres espacios propios (asuntos sociales, educación, cultura o igualdad) en un intento fallido de sumar, observándose una tendencia a la “guetización”. La alternativa al gueto es la mezcla. En esencia, la mezcla es enriquecedora e incluso, según esta experta, pueda ser una multiplicación.
La mera condición de mujer no significa feminizar el ámbito en el que se desenvuelve. Tampoco en la política. Margaret Thatcher, apodada la Dama de Hierro por su extrema dureza, reprodujo todos los estereotipos masculinos pero llevados a las máximas consecuencias, muy probablemente para hacerse valer y respetar en un mundo de hombres.










