Atacar en política, todo un arte

Cuándo atacar en ajedrez tal vez sea una de las decisiones más complicadas de la partida, y de ella depende, en muchas ocasiones, la victoria o la derrota. En la política, el ataque al adversario también forma parte del juego, si bien la mayoría de las veces no se ejecuta como lo que es: un movimiento estratégico, diseñado con la cabeza en lugar de con las vísceras previo análisis exhaustivo de la situación y cuyo único objetivo es desplazar al contrario. El ataque tiene como reacción la defensa, movimiento al que dedicaremos el artículo de la próxima semana.

El general chino Sun Tzu escribió hace 2.500 años El Arte de la Guerra y todavía se le considera el mejor libro de estrategia de todos los tiempos. Inspiró a Napoleón, Maquiavelo, Mao Tse Tung y muchas más figuras históricas. Este estratega militar considera el ataque como uno de los cinco aspectos fundamentales para conseguir el éxito y afirma se debe aprovechar cualquier momento de debilidad del enemigo como una oportunidad para atacar.

En muchas ocasiones, en política se confunde el ataque con la agresividad verbal, las descalificaciones, la vehemencia y la exhibición de mala educación en el trato con el adversario. Ni de lejos esto es atacar al enemigo. El ataque, en palabras del experto en psicología política Daniel Eskibel, es un movimiento estratégico que conlleva la planificación de un conjunto de acciones con el objetivo de desplazar al adversario de la posición dominante que ocupa en la mente de un sector de la sociedad.

Contrariamente a una extendida creencia, el ataque ha de realizarse sobre la principal fortaleza del adversario, según Eskibel, en vez de sobre su debilidad. El ataque al punto débil suele resultar un fracaso porque el rival se prepara con todos sus recursos para defender esa debilidad y porque los simpatizantes ya conocen esa flaqueza y generalmente la apoyan.

La debilidad, por tanto, es el flanco mejor defendido mientras que el ataque a su fortaleza significa colocar un misil en su línea de flotación. Sólo así una parte de sus simpatizantes podrán comprobar cómo se agrieta su principal razón para votar a ese candidato.

Desplegar una estrategia de ataque no es un movimiento sencillo. El padre de la consultoría política, Joseph Napolitan, recomienda a los equipos de campaña que, cuando se vean obligados a usar campañas negativas, “haced que sean eficaces”. “Si vais a hacerlo, hacedlo bien. No os contentéis con dar un palmetazo en los nudillos, dad un buen golpe en la cabeza. Y si vais a llamar a alguien hijo de puta, no dejéis que los votantes tengan duda sobre a quién os referís”.

Todas las maniobras militares son la consecuencia de planes y estrategias fijadas de antemano, dice Sun Tzu. Cuándo comentar un ataque, cómo saber si tendrá éxito y qué aspectos se deben considerar son preguntas que deben tener respuestas porque, al igual que en el ajedrez, antes de iniciar las operaciones ofensivas es importante analizar en profundidad la posición y evaluar las mejores alternativas en el tablero. El maestro Ramón Crusi More expresa que “el ataque al enroque es y debe ser siempre la meta de todo ajedrecista; su planeamiento y ejecución requiere un cuidadoso estudio. Por ese motivo, se debe analizar detalladamente el mejor plan a seguir para así abatir la resistencia del adversario”.

Razones para atacar

Sólo hay dos razones válidas para atacar: ganar votos y/o que el oponente los pierda. Por tanto, no se ataca por placer, sino cuando existe la necesidad de detener el crecimiento en la intención de votos del contrario.

Podría parecer fácil, no siempre la cosa sale como se ha previsto. García, D´Adamo y Slavinsky identifican en el libro Comunicación política y campañas electorales tres posibles efectos dañinos de las campañas de ataque: el efecto boomerang (el electorado puede desarrollar sentimientos negativos hacia el atacante), el síndrome de la víctima (si los votantes perciben la campaña como injusta o deshonesta manifiestan empatía hacia el candidato atacado) o el doble deterioro (tanto el candidato atacado como el que ataca salen perjudicados).

Cuándo atacar, ahí está la clave. La respuesta del estratega chino es que se debe actuar cuando se den las mejores condiciones, nunca hacerlo por ira o provocar una guerra por cólera, a lo que añade también en la guerra hay que ser sutil, discreto y silencioso e intentar aparecer en los lugares críticos para atacar al adversario donde menos se lo espere.

Más clara es la respuesta a cuándo no se debe atacar. Aquellos partidos con opciones de triunfo deben abstenerse de este tipo de estrategias porque puede provocar un efecto contrario entre los electores.

El ataque no puede ser un movimiento improvisado tras el cual se escondan arrebatos de ira o enojo hacia el atacado. Es imprescindible atacar con estrategia, previo análisis frío del coste y los beneficios que puede suponer, y teniendo siempre presente que puede convertirse en un arma de doble filo si el electorado castiga la agresión. Para minimizar este riesgo, el ataque ha de estar en sintonía con los electores y ha de identificarse con sus problemas.

Antes de agredir hay que tomar la decisión de si se está dispuesto de llegar hasta el final porque, una vez lanzada la estrategia de ataque, ya no hay marcha atrás. Mario Elgarresta señala que “cuando hemos atacado no podemos retirarnos, pues hacerlo sería admitir que el ataque era injusto y eso deja en una mala posición al candidato que lo hizo”.

En el ajedrez el ataque hay que hacerlo con energía porque, de nada servirá haber iniciado las hostilidades, si luego se juega de forma pasiva. Para triunfar en una partida de ataque hay que apretar al máximo y no dar un respiro al rival, igual que en la política.

Atacar en política, todo un arte 1 - Charo Toscano

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