En las crisis no sólo se pone a prueba a los gobiernos. Es una difícil prueba para los partidos de la oposición, cuyos líderes tienen que medir muy bien su papel. Sacar tajada política de la situación es una tentación contra la que deben luchar a diario y en el seno de los equipos se crean divisiones sobre cómo actuar. Lo último que desean los ciudadanos es que se les añada incertidumbre a situaciones ya de por sí angustiosas. En las crisis, hay mucho que perder y casi nada que ganar, de modo que la prudencia puede ser un buen compañero de viaje para aquellos partidos que, no gobernando, también tienen una importante tarea: permanecer a la altura de las circunstancias y propiciar grandes mayorías para sacar adelante el país.
En todas las crisis sanitarias existe incertidumbre. El miedo a lo desconocido le confiere dramatismo y cierta sensación de pánico acerca de su alcance y de los efectos sobre la población más vulnerable. Los gobernantes deben mostrar liderazgo y la oposición tiene que ser útil. Sobre esto pocas dudas pueden quedar. En las crisis sanitarias, anteponer los intereses generales a los particulares ha de ser un mantra tanto para el que gobierna, como para el que no.
Crisis sanitarias han existido y van a existir siempre. La del coronavirus no es la primera a la que nos enfrentamos, pero sí la de mayor dimensión. La gripe A, hepatitis C, ébola o listeriosis han sido crisis recientes que también obligaron a las autoridades sanitarias a intervenir.
En todas ellas la comunicación ha sido una pieza clave y han puesto de manifiesto lo complejo que puede resultar gestionar la información en estos casos. En la crisis originada por la listeria tuvimos un buen ejemplo, y el espectáculo que ofrecieron gobierno y oposición no fue el más edificante ni el más tranquilizador para los ciudadanos, atónitos ante lo que estaba ocurriendo.
Profesionalidad
La gestión de una crisis exige mucha profesionalidad. Una buena comunicación que transmita un trabajo técnico solvente, y que dé seguridad a los ciudadanos, es clave para afrontar con ciertas garantías las alertas sanitarias. La elección de un portavoz creíble que comunique de forma entendible las cuestiones epidemiológicas y clínicas es una de las decisiones de mayor calado, porque de él dependerá que se transmita, o no, seguridad y confianza a la población.
Gobiernen o estén en la oposición, a todos los partidos se le pide lo mismo: espíritu de unidad, responsabilidad, respaldo a las decisiones de los profesionales y colaborar en la transmisión de mensajes de prudencia y calma. Pero ante tanto ajetreo, reuniones, consejos de ministros y decretos, los partidos de la posición pueden sentir que se quedan fuera de juego y se lancen a la búsqueda de un papel que representar en medio del caos. En los partidos a veces se imponen los más impulsivos, con resultados que rozan el esperpento y la mezquindad. Otras veces, los más sensatos consiguen que se aplique la cordura.
La mera existencia de una crisis puede significar que se han producido fallos (controles de seguridad, prevención, controles de la expansión, medidas complementarias, etc.) y asistamos a declaraciones contradictorias, cambios de rumbo y nuevas medidas que se van adaptando a las circunstancias. Hay quienes aprovechan este desconcierto como munición para desgastar al Gobierno.
La mala gestión de una crisis tiene un coste político. De eso no cabe ninguna duda. La pregunta clave es si en medio de una crisis es el momento de añadir aún más dramatismo e incertidumbre, o esperar a que amaine la tormenta para pedir responsabilidades. Hay incógnitas que no deben quedar sin respuestas, pero lo sensato es encontrar el momento adecuado para plantearlas.
Ello no significa despojar de su papel a la oposición ni tampoco de imponer la ley del silencio. De hecho, extremar la vigilancia sobre cada una de las medidas adoptadas, ofreciendo una crítica oportuna y constructiva según las circunstancias, puede mejorar la gestión de la propia crisis.
Abandonar la lucha partidaria durante la gestión de una crisis demuestra sentido de responsabilidad y de estado por parte de los partidos que tienen aspiraciones de gobierno. De la misma manera que las autoridades al mando deben mantener una actitud de lealtad hacia la oposición, ofreciendo información puntual y transparente sobre la evolución del proceso.
En opinión de Fernando Lamata, quien desde sus responsabilidades púbicas ha vivido diferentes crisis sanitarias, recomienda aparcar las críticas de la oposición mientras dure el conflicto: “la crítica durante la crisis, que es una situación que no sabemos cómo va a acabar y que genera incertidumbre y miedo, puede tener el efecto negativo de transformar una prudente alerta en alarma que genera pánico. Esto lleva a hacer más difícil la gestión de la propia crisis, lo que perjudica a los afectados más directamente y a los intereses generales”.
Si se añade presión política a la gestión de la propia crisis y a la presión de los medios de comunicación, se corre el riesgo de “tomar decisiones que no son necesarias, y no adoptar otras que serían convenientes”, en palabras de Lamata. Es recomendable, por tanto, una actitud prudente, ya que no es incompatible con la labor de oposición: “la presión política se puede ejercer antes de las crisis, para garantizar la preparación adecuada, y después, en la gestión post-crisis y en la evaluación de lo realizado”.
Comunicar en tiempos de crisis es una dura prueba que deben pasar todos los políticos, sea cual sea el papel que ocupe en ese momento en el escenario público. Existen unas archiconocidas reglas que debieran ponerse en práctica en estas situaciones. Pero, además de la ortodoxia comunicativa, el experto en sociología política Luis Arroyo nos recuerda que “la comunicación de crisis es un arte más que una ciencia, más un oficio que una profesión. Y como el arte y los oficios artesanales, se nutre de la experiencia y de buenas dosis de intuición y creatividad”.










